lunes, 31 de diciembre de 2012

Cuando las flacas engordan







Había despertado esa mañana con una pesadez diferente, ya no era esa desidia que lo estuvo atacando los días anteriores, era un peso más real, más palpable y redondo. Encerrado en su habitación adoptó las paredes como padres y verdugos. 4 paredes que no ocultaban secretos, todo lo contrario, se convirtieron en el pueblo chico deseoso de un infierno grande.

Se le dio lo ermitaño, por vender platos rotos por Ebay y mejorar su voz aguardentosa cada día a las seis, mientras la caída de sol  subrayaba otra derrota. Adelgazaba rápidamente al igual que sus ideas y sus torpes teorías sobre la evolución del hombre. Copiaba las peores frases de las peores canciones. Su paredes blancas, con mucha timidez, se iban convirtiendo en negras y la ventana que creyó le mostraría otro universo era solo un hueco que egoístamente no le regalaba aire.

Salía y  pescaba resfriados, creía que la vida era amable. Compraba a diario el periódico en la esquina, los titulares redimían su desgracia y la frívola publicidad lo hacía sentir menos condenado. Se lo vendía doña Gloria, una mujer que sufría de estrabismo y a quien amorosamente llamaba bizcochito.  La portadora de malas noticias encerrada en un quiosco color cian, el color del cielo artificial.

Seguía él su camino y sus otoños. Su historia y su depresión. Sus luciérnagas y su oscuridad. Era él feliz a su estilo, ajustándose los pantalones con cinturones viejos que estaban a punto de perecer. No podía adelgazar más, la vida no le daba y las ganas desaparecían en cada intento. 

Se encerraba  a ver el peor cine, el cine que siempre odio, pero lo distraía, entretenía , atontaba y endulzaba con torpes diálogos el café absurdo de sus anhelos.

Un día decidió que su paseo diario de 20 minutos se convirtiera en hora televisiva, con final absurdo y de novela.

La vio perdida y sin mapa, husmeando entre la hipocresía limeña como si buscara el tesoro prometido del Dorado bajo la alfombra sintética de un "Wall Mart" en donde agonizaba el rey del carnaval. Él solo la miró y fue suficiente para que su cabeza creara a la perfección  la historia de amor jamás contada, esa que tiene piscas de prohibido, oscuridad, luz salvadora y boda de blanco. Siempre quiso creer que era necesario crecer para ser feliz.

Se acercó, la miro directamente a los ojos y le arrojó un par de palabras que había practicado cuidadosamente  durante meses en la soledad de su habitación frente a su mejor amigo, el espejo. Un par de palabras que no dejaban cabo suelto y no regresarían a la escena del crimen. Ella, sin pensarlo con cordura, aceptó a ciegas, toda inocente  y con una dulzura que hubiera podido derribarle  los dientes completos a  An-Lushang. 



El hombre delgado, ermitaño, morado y desdichado había encontrado, sin  quererlo y deseándolo, a la mujer que semanas después llamaría "mía".
Ella lo acompañó a su habitación y le dio a su encierro el aroma que caracteriza a los rosales. Le sirvió de ventana a la realidad y de ruedas a la imaginación, pero también con el paquete de virtudes apareció el exquisito pecado del sedentario, el encantador sabor del estar, aterrizar, no mover, pero amar.

Los sentimientos que gobernaban su corazón empezaron a cambiar, algunos desapreciaron y otros engordaron de forma rápida. Eran los buenos sentimientos los que engordaban bajo la vista inactiva de la luna y las noches. Asumiendo una dieta alta en películas y comida, en sexo y promesas. Los platos se escogían en el mejor menú de la "grand soir" y alimentaban los deseos de seguir amando y seguir engordando.

Fue entonces que  reparó que el amor alimenta, que el amor engorda, pero no solo los sentimientos, sino al cuerpo. Hizo de esa chica su "flaca" y se dio cuenta que tener flaca engorda, que la monotonía a la cual muchos le echan la culpa del fin del amor, es, sin lugar a duda, el dulce alimento que en algún momento te hizo ver que todo valía la pena.


miércoles, 21 de noviembre de 2012

La vida real (casi ficción) 4to Capítulo



Dale play mientras lo lees


Foto de Eric Lafforgue

En el bar no vendían más cerveza y el dj se lucía con el repertorio de huida. Sus dedos bailaban con el mouse al ritmo de un rock que me adormecía, me abrazaba y me invitaba cortésmente a salir. Su rostro desgastado por las continuas amanecidas era golpeado por las luces de neón que le daban a sus arrugas un aire misterioso y cálido. Era cierto, la noche había terminado y la luz de un foco tintineaba sobre la puerta de salida que más parecía la entrada al infierno, la puerta a la calle.

La noche se convierte en mi peor enemigo, las calles vacías me dan algo de protagonismo y las personas empiezan a notar mi presencia, me miran fijamente, soy extraño, un don nadie que cojea, feo, algunos prefieren llamarme poco agraciado y exageradamente parco. La gente transita a mi alrededor esquivándome como lo hacen con las mesas o con los charcos de vómito. Soy para ellos una enfermedad contagiosa, soy la epidemia de la que cuidan a sus hijos, soy el hombre que esperan los padres sus hijas nunca lleven a casa. Soy yo el vómito en el suelo, el insecto que se posa en tu oído y no te deja dormir, el cáncer de próstata que reduce tus años de vida. Soy la sequedad de tu boca a la mañana siguiente de una borrachera.

El bar cerraba y ya tenía que irme a dormir. Sin embargo, y fiel a mi estilo, me dirigí a la barra a pedir el del estribo. El  barman, un ser detestable y poco amigable me dice que ya no vende más alcohol, que están cerrando. Que me retire. Sonrío, en realidad levanto el lado derecho de mi boca y muestro mi descontento. ¿Quién se cree?, ¿acaso es mejor que yo?

Algunos ven al barman como la persona que decide hasta donde te emborrachas. También funge de psicólogo, terapeuta y el mejor consejero. Ese hombre escucha tus pecados y es testigo de tus arrebatos de lujuria, de furia y equivocaciones. Miro de reojo debajo de la barra y me doy con la sorpresa de que nuestro querido amigo guarda un arma oxidada que seguramente consiguió a un precio "razonable" en una transacción "seria" con algún pastelero de la calle. Probablemente ni la ha probado. Cada 10 minutos mete la mano debajo de la barra, la acaricia y su rostro se llena de seguridad al sentir el gran tamaño de ese aparato, lo roza con las yemas de los dedos lentamente y los va cerrando a medida que llega a la punta y con el índice marca el borde circular del cañón. Respira profundo, parece que se siente un ser superior al tocar ese pedazo de metal. Sin embargo, podría asegurar que ni siquiera la ha probado. Cada vez que toca el arma veo en sus ojos las ganas de usarla, levantarla, apuntar, disparar y acabar con alguna de las escorias que no pagan con sencillo. Sin embargo,  podría ser que no funcione, que no dispare, que se atasque, que el tambor no corra o que explote la pólvora en sus manos y le vuele los dedos. Que las esquirlas se claven en su rostro, en sus ojos. Que lo dejen tuerto, desfigurado, en coma, postrado en una cama de hospital desde donde nunca más podrá acabar con mi borrachera.

El pistolero acaba con la fiesta, pero mis compañeros y yo decidimos seguir.

sábado, 13 de octubre de 2012

5 minutos antes de despertar


Foto de Musin Yohan

Intro de la razón (3er Capítulo)

Me tambaleo un poco, es normal. Paso mi lengua acartonada por mis labios intentado humedecerlos, aprieto mis dientes hasta que rechinan. Observo a la  gente pasar con la  hipocresía sobre la piel. Esta ciudad se ha convertido en eso, en una ciudad de hipócritas, en el circo de las mentiras, un lugar en donde todos sonríen, pero al menor descuido apuñalan sin piedad, a matar, no hay prisioneros en esta guerra, es el más fuerte él quien triunfa o el más pendejo. 

Un triunfador es todo lo contrario a mí. Un triunfador tiene dinero, tiene un buen carro, una gran casa, la mejor ropa, un poco de estilo y tiene que ser lo "necesariamente inteligente" para acostarse con mujeres que no los son y que tienen las tetas y el culo bien puestos. En cambio, me sumerjo en la miseria de tener poco y no alcanzar nada más. Tengo un auto que da pena, un departamento que parece un muladar decorado con los restos de mi juerga. Tengo una novia que está conmigo por lástima o porque piensa que recibiré la herencia de mis padres lo cual es totalmente falso, pero es la única forma de tenerla a mi lado y seguir sintiendo ese abrazo interesado todas las noches de lunes a viernes.


Soy de aquellos a los que la publicidad afecta más, lo deseo todo y al saber que no puedo tenerlo lo deseo aún más. Me comporto como un perrito frente a los anuncios, los leo, los miro, los huelo, los asimilo, los digiero y no los expulso. Sus mensajes quedan grabados en mi mente. Me persiguen en sueños y me obligan a desearlos. Quiero sacarlos de mi cabeza, quiero dejar de una vez desear y desear, eso me hace mal, me deprime me tumba en la cama y en las noches me lleva a cualquier bar en donde puedo apagar ese incendio, un lugar en donde puedo contarle mi pena a un desconocido que quizás está en peores condiciones. Es una pena que no puedo matar la pena de ser yo.

Sin embargo, hay algo en mí que sigue latiendo, quizás unas gotas de esperanza, pero si las cosas y esta ciudad siguen así, sabré por fin que ni eso me queda.

El hombre involuciona porque Dios creó el perdón.

jueves, 27 de septiembre de 2012

Intro de la Razón (2do Capítulo)

Escucha esta canción mientras lees este post



Foto de Maleonn

Este final me deja un mal sabor de boca, un dolor en la nuca insoportable. De pronto a mi lado se escuchan gritos, pero no llego a entender lo que quieren decir, es una pelea, una discusión. Se oyen botellas contra el piso, golpes secos contra el pavimento. Los gritos provienen de una mujer que pide paren de golpear a un chico. Paso a su lado, ella me mira, me pide ayuda, la miro, a pesar de estar a unos centímetros no escucho nada, todo está en mute, yo lo quiero así. La miro con mucha seguridad, sonrío y sigo mi camino. ¿Por qué he de ayudarla?, ¿ella lo haría por mí?, ¿me ganaría el paraíso si intervengo en un problema que no es mío?, creo que lo único que recibiría sería una paliza gratuita. No soy un superhéroe, ni un ciudadano modelo. No sé realmente quien soy. Levanto la mirada, cansado y metiendo las manos a mi bolsillo verifico que aún tengo un paquete que puede aliviar este mal momento.

Veo un grupo de mujeres con pantalones apretados, maquillaje exagerado y peinados a punto de colapsar. Todas ellas con una risa fingida celebrando alguna estupidez de ese hombre gordo que las acompaña, envuelto en cuero y oro a punto de abrir la puerta de una camioneta que parece un tanque.
Más allá distingo gente corriendo, son unos chicos que van de un lado a otro mostrando esas ganas de comerse al mundo, de embutírselo todo de un solo bocado. Exponen llenos de orgullo los efectos que las drogas sintéticas causan en sus comportamientos. Los hacen torpes, inútiles, parásitos de esta sociedad sumergida en su propia mierda.

Veo las calles, reconozco algunas. Una fila de casas antiguas que seguramente pertenecieron a alguna familia acaudalada que lo perdió todo por culpa de los sueños de opio de un dictador. Ahora se han convertido en bares y discotecas, en fumaderos de pasta y en espacios para comprar coca. Es difícil creer que antes esta ciudad era una ciudad de ensueño, llena de cultura y esperanza. Algunas de las construcciones están a punto de colapsar, parece que estuvieran preparadas para el fin, como si lo desearan, esperándolo con mucho anhelo, como lo hago yo. Sus ventanas abiertas son como ojos tristes que buscan en la inmensidad de la noche un milagro que acabe con su dolor. Un golpe certero en el corazón que le ponga fin a su agonía, a su condena. Quieren dejar de estar ahí, de ser parte del elenco de una pésima comedia. 

En esta ciudad el placer se camufla bajo las sombras de los árboles. Prendas mojadas de sudor, marcas blancas en la ropa interior. Las aceras empiezan a sufrir el tránsito sin sentido de los tacos. La cabeza me empieza a doler, seguramente es el resultado de la cerveza barata, de la droga pateada y de una erección que no encuentra donde reposar. Sigo mi camino, pero estoy perdido o mi destino está muy lejos, ahora me cuesta distinguir y me pregunto si podré recordar todo esto en unas horas,  por eso  intento grabarlo en mi memoria como si apretara un botón de rec y me aseguro a mí mismo que recordaré ese instante, pero sé que no será así, mañana será una tarde terrible, un despertar con resaca, con presión en el pecho, con la frente dura y con pocas ganas de levantarse.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Intro de la razón (1er Capítulo)



Foto de Andzej Dragan

La noche está por acabar. Siento como las calles empiezan a desprender ese nauseabundo olor al compás de una triste fuga. Esa mezcla de orina y mediocridad es superior a mí, me asfixia, me marea. Las arcadas empiezan. Me pongo nervioso y trato de evitarlas. Intento pensar en cosas agradables para distraerme, pero mis recuerdos son vagos, muy verdes, caníbales.

El cielo se pinta de un naranja tóxico y desagradable. Enmarca una atmósfera putrefacta, carente de belleza, de ternura y paz. El aire se pone espeso.
Siento la presión en el pecho y cierro el puño con fuerza creyendo que así la desesperación huirá, la angustia me dejará, la respiración se normalizará y la niebla que impide mi visión correará asustada por mis gritos de furia empujada por mi último aliento a perderse entre las lastimosas callejuelas que irrigan de pecado las venas abiertas de una ciudad decadente.

Las luces de los postes se dotan de movimiento al mezclarse con las nubes de humo que desprenden los autos "enchulados" de niños ricos que disfrutan alterar mis pensamientos con el ruido ensordecedor de sus tubos de escapes, sus bocinas estridentes y una música que ha degenerado con el tiempo, con las guerras, los sintetizadores, la falta de lectura y la fusión. Se ha transformado en un conjunto de sonidos que no tienen sentido, que explotan sin lógica alguna, que no cuentan una historia. Solo es ruido que se pierde en el viento.

Sueño a veces con toparme con uno de ellos en alguna esquina oscura decorada por un tímido poste de luz que en lugar de dar seguridad solo se convierte en el perfecto cómplice para un crimen. Es en esa esquina en donde tomaré a uno por el cuello y reclamaré mi justicia, acabaré con el tormento. Le daré un golpe directo y cuando reaccione verá sobre él un perro furioso con los ojos rojos, babeando de cólera, lo seguiré golpeando sin parar hasta sentir como sus dientes se van rompiendo y mis nudillos abriéndose. Deseo ver su nariz rota, que sienta de cerca la muerte, que intente respirar y no pueda. Tomaré un puñado de tierra y se lo meteré por las fosas nasales y mientras me seco el sudor disfrutaré del hermoso espectáculo de la agonía, una muerte asistida, a mi estilo, un crimen que deja de serlo pues, aunque suene loco, es solo un favor a la comunidad.

El ojo me empieza a latir, mi respiración se acelera. Tropiezo con parte del asfalto mal pavimentado y me apoyo en una pared que sirve de urinario, me miro la mano, me la llevo a la cara para oler lo que acabo de tocar, es el olor del final de la noche, las cuatro y cuarenta de la mañana. La hora en que los cuerpos sin vida buscan el camino de regreso a casa. Continuará...

MaloReputación ficción (foto:Misha Gordin)




La simulación de la realidad que realizan las obras literarias, cinematográficas o de otro tipo, cuando presentan un mundo imaginario al receptor...

En esta tercera temporada del MaloReputación solo se escribirá de ficción.
Verán pasar personajes inmundos, encantadores y algunos para recordar. 
Quizás se identifiquen con alguno y quieran trabajar conmigo un cadáver exquisito.
MaloReputación cambia como lo hacen los tiempos, veamos que tal va.
Esto es ficción al 100%, cualquier parecido con la realidad es problema de ustedes.
Espero entretenerlos.
Gracias por estos años en los cuales han seguido el blog.