miércoles, 19 de septiembre de 2012

Intro de la razón (1er Capítulo)



Foto de Andzej Dragan

La noche está por acabar. Siento como las calles empiezan a desprender ese nauseabundo olor al compás de una triste fuga. Esa mezcla de orina y mediocridad es superior a mí, me asfixia, me marea. Las arcadas empiezan. Me pongo nervioso y trato de evitarlas. Intento pensar en cosas agradables para distraerme, pero mis recuerdos son vagos, muy verdes, caníbales.

El cielo se pinta de un naranja tóxico y desagradable. Enmarca una atmósfera putrefacta, carente de belleza, de ternura y paz. El aire se pone espeso.
Siento la presión en el pecho y cierro el puño con fuerza creyendo que así la desesperación huirá, la angustia me dejará, la respiración se normalizará y la niebla que impide mi visión correará asustada por mis gritos de furia empujada por mi último aliento a perderse entre las lastimosas callejuelas que irrigan de pecado las venas abiertas de una ciudad decadente.

Las luces de los postes se dotan de movimiento al mezclarse con las nubes de humo que desprenden los autos "enchulados" de niños ricos que disfrutan alterar mis pensamientos con el ruido ensordecedor de sus tubos de escapes, sus bocinas estridentes y una música que ha degenerado con el tiempo, con las guerras, los sintetizadores, la falta de lectura y la fusión. Se ha transformado en un conjunto de sonidos que no tienen sentido, que explotan sin lógica alguna, que no cuentan una historia. Solo es ruido que se pierde en el viento.

Sueño a veces con toparme con uno de ellos en alguna esquina oscura decorada por un tímido poste de luz que en lugar de dar seguridad solo se convierte en el perfecto cómplice para un crimen. Es en esa esquina en donde tomaré a uno por el cuello y reclamaré mi justicia, acabaré con el tormento. Le daré un golpe directo y cuando reaccione verá sobre él un perro furioso con los ojos rojos, babeando de cólera, lo seguiré golpeando sin parar hasta sentir como sus dientes se van rompiendo y mis nudillos abriéndose. Deseo ver su nariz rota, que sienta de cerca la muerte, que intente respirar y no pueda. Tomaré un puñado de tierra y se lo meteré por las fosas nasales y mientras me seco el sudor disfrutaré del hermoso espectáculo de la agonía, una muerte asistida, a mi estilo, un crimen que deja de serlo pues, aunque suene loco, es solo un favor a la comunidad.

El ojo me empieza a latir, mi respiración se acelera. Tropiezo con parte del asfalto mal pavimentado y me apoyo en una pared que sirve de urinario, me miro la mano, me la llevo a la cara para oler lo que acabo de tocar, es el olor del final de la noche, las cuatro y cuarenta de la mañana. La hora en que los cuerpos sin vida buscan el camino de regreso a casa. Continuará...

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